Hoy decidí que mi
viaje ya empezó.
Desempolvé los
auriculares que tenía guardados, bajé, abrí la puerta y puse play.
Caminé por la ciudad lenta, tranquilamente. Me gané varias puteadas
de automovilistas impacientes.
Hace rato que vengo
sintiendo miedo y ansiedad, pero sobre todo miedo. Ante la claridad y
la iluminación del post anterior que era muy bonito, quiero declarar
que también existe esta sensación de terror que se viene agrandando
con los días.
Me puse mal por
muchas cosas: por todo lo que voy a extrañar, por las personas que
me van a hacer falta, por todo lo que no tengo listo, porque ya casi
nos vamos, y sobre todo por la misma incertidumbre sobre qué pasará,
que tanto elogié como proveedora de nuevas aventuras. En todo caso,
lo que importa no es el por qué: el miedo siempre está y, de
última, lo único que estoy haciendo es ponerlo en el centro del
escenario, solo, descubierto, desnudo, con un cartelito al lado que
dice: “Estoy acá”.
Ahí está el
miedo, entonces. Y para empezar a dejar de sentirme incómoda con él
(porque además está desnudo, y todavía no nos conocemos bien),
decidí que mi viaje ya empezó. Desempolvé los auriculares... Y
caminé.
Caminé como si
nunca hubiese caminado por esta ciudad, en la que nací. Por este mes
antes de irme estoy viviendo en un barrio en el que nunca había
vivido, así que fue fácil empezar. Miré las copas de los árboles
y los balcones, fui despacito para observar a las casas, a la gente.
Me crucé dos veces con el mismo tipo en bicicleta que llevaba atado
a su perro. Descubrí líneas secretas que unen edificios separados
en curvas y diagonales. Fui a lugares que soñé: atrás de la
catedral recordé un episodio en el que no había vuelto a pensar.
Descubrí un santuario.
No hace falta irme
lejos para estar de viaje: yo ya siento que me estoy moviendo. Basta
con ir tranquila y sin rumbo fijo, sin pensar en nada. Absolutamente
nada. Las calles se hacen cada vez más largas, las ramblas
infinitas. Basta con doblar en la esquina que se me canta, ir a la
velocidad que yo quiera, parar y acostarme en plaza Malvinas a mirar
el cielo. Que suene este tema, y que el momento dure cien, mil años.
El resto fluye,
habré salido a las cinco y son las diez de la noche. Recién vuelvo,
tengo ampollas en los pies porque no elegí el mejor calzado.
Pero estoy contenta,
porque estoy despierta, y esta es mi primera crónica de viaje.
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